SIN NOMBRE


Los rayos débiles de la luna llena se filtraban cortantes por los pequeños hoyos que habían en el techo de mi oscura habitación, en mi mente comenzó a crecer esa inexplicable sensación que me acostumbra llegar cuando hay luna llena. No podía dormir, así que decidí aprovechar la claridad de la noche, salir a caminar y tomar un poco de aire puro.

En mi habitación el aire siempre ha sido pesado y desesperante, como no tiene ventanas, el aire no circula, convirtiéndose además en el sitio más oscuro de la casa.

En la calle, la luz gris azulada de la luna, formaba sombras con figuras espectrales, las cuales nunca temí, desde niño aprendí a amar la literatura más sórdida existente, debido a eso en mi imaginación siempre han vivido estas imágenes y pensamientos, para una persona “normal” serian tan tétricos que la sola impresión los llevaría a la muerte.

De pronto, llegó a mí el recuerdo de lo único hermoso que conocía en esos días. La dama sin nombre; por mi cobardía nunca me atreví a hablar con ella, solo me extasiaba con verla caminar por la calle central.

Coincidencialmente de una puerta cercana a mi camino salía una débil luz, era muy extraño que sucediera a esa hora de la noche, así que mi curiosidad me llevó hasta esa puerta, introducía mi mirada en el pequeño espacio, y ¡oh! Maravilla, era ella, mi dama, la dama sin nombre, quien estaba ahí esperándome. Su hermoso cuerpo desnudo me invitó a pasar, y yo sin pensarlo dos veces lo hice; la luz de la vela se reflejaba en esa blanca piel que siempre me había cautivado; pero su invitación (creí yo) no era solamente a pasar, así que comencé a desnudarme lentamente mientras observaba su sublime cuerpo, que nunca imaginé poseer.

Esa noche no dormí ni un solo segundo, disfruté como nunca lo había hecho. Ese cuerpo tan hermoso me llevó a un éxtasis que parecía sobrenatural; el soporte sobre el que estábamos, por momentos parecía desbaratarse, víctima del ímpetu de tan abrumante deseo. Su cuerpo producía sonidos que eran desconocidos para mí, y que aumentaban mucho más ese frenesí tan poderoso.

Al final, cuando mi cuerpo no resistía más, me recosté a su lado y le dije Gracias… sabiendo que ella jamás me iba a responder, porque había estado en esa morgue durante ocho días.


DIEGO E.

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