EL ALIVIO DE ANDRÉS

I
Las nubes se veían negras desde la ventana de Andrés, en esa mañana parecía que el cielo se caía a pedazos, el estruendo de un rayo que cayó en un árbol cercano por suerte lo despertó, ya que su radio despertador se había descontrolado en el corte de electricidad provocado por la tormenta a la madrugada. Estaba retardado treinta minutos y helaba mucho como para bañarse con agua fría, Andrés se levantó con mucho desdén pero recordó que esa mañana tenía una reunión muy importante en la oficina, entonces tomó una toalla y entró rápidamente al baño, abrió la llave de agua caliente y salió un chorro con mucha presión pero con el agua demasiado fría, ese chorro cayó directamente sobre la cabeza de Andrés quien por poco se desmaya, el agua estaba tan fría que quemaba, Andrés tuvo que bañarse lo más rápido que pudo, resistiendo el dolor que el frío le provocaba en todo el cuerpo, debido a que con el apagón de la madrugada su calentador también se había descompuesto. 
En ese instante se escuchó un estruendo mucho más grande que el anterior, tanto que logró que Andrés se estremeciera, era el trueno más fuerte que él había escuchado. Salió del baño corriendo y listo para vestirse, cuando ya solo le faltaba ponerse los zapatos se dio cuenta que todos sus calcetines estaban sucios y húmedos, y como estaba de afán tuvo que ponerse sus zapatos más finos y ajustados pero sin calcetines.
Ese día se iba a reunir con personas muy importantes que venían a cerrar un gran negocio que resultaría en un seguro ascenso para él; bajó muy rápido hasta el garaje donde tenía su Ford Mustang modelo 82, el cual era un clásico pero se consumía en gasolina casi la mitad de su sueldo; aunque a él esto le importaba poco con tal de tener ese clásico en su poder. Se subió rápidamente pero el auto no encendía, Andrés estaba desesperado y no tenía dinero para irse en taxi, a su último intento y con los ojos cerrados, el auto por fin encendió y salió a toda velocidad del garaje; su tanque tenía poca gasolina pero por fortuna logró llegar hasta la puerta del edificio donde estaba la oficina. 
Andrés entró rápidamente pero se encontró con el ascensor descompuesto, debía llegar hasta el piso 20 por las escaleras, comenzó su largo ascenso muy rápido, entre más subía, su paso se hacía más lento; Andrés tenía un pésimo estado físico porque solo pensaba en trabajar y nunca hacía ejercicio por falta de tiempo o por pereza.
Cuando llegó a la sala de reuniones apenas se podía mantener en pie, dio tres golpes en la puerta y salió el jefe iracundo, gritando y totalmente desesperado debido a que por culpa de Andrés  habían perdido el trato con la gran multinacional, la cual se retiró del negocio argumentando falta de seriedad por parte de la empresa por la impuntualidad de Andrés; quien sentía un dolor palpitante en los pies, que estaban sangrando por la maratón que había tenido que subir, el jefe seguía gritándole y empujándolo, y como estaba exhausto por el ascenso, Andrés no podía hablar, estaba desesperado y colérico por todo lo que le había pasado: el despertar, el agua fría, el carro, el dolor palpitante, los gritos, los empujones… Andrés no resistió más y con las últimas fuerzas que le quedaban le propinó un sonoro golpe en la cara a su jefe, el cual cayó instantáneamente, y Andrés al no tener más fuerzas cayó desmayado sobre él, rodeado por las miradas atónitas de sus compañeros.
II
Se escuchaban a lo lejos sirenas acercándose, Alberto el mensajero quien sentía gran admiración por Andrés, solo lo pudo despertar echándole encima un vaso de agua fría, Andrés se levantó instantáneamente y Alberto le dijo: -El jefe está muerto, tienes que escapar rápido-. De acuerdo a Alberto, el jefe había muerto debido a un paro cardíaco por la ira que tenía y por el golpe de Andrés, quien no sabía qué hacer, pero pensó: “si me quedo aquí seré arrestado y me separaran de mi María que es lo único bueno que tengo en el mundo, y si escapo será una vergüenza, además seré un fugitivo por siempre, pero yo sé  que María entenderá que yo no quiero morir en la cárcel como mi padre ”. Le pidió las llaves de su moto a Alberto quien se las cedió gustoso, le dio un abrazo y le deseó mucha suerte.
Cuando iba caminando hacia la salida todos su compañeros lo miraban fijamente; a algunos se les podía ver en los ojos que estaban agradecidos con él por haber acabado con esa peste de hombre, a otros, los más hipócritas que se hacían llamar amigos se les notaba lo felices que estaban por su desgracia, en algunos rostros se notaba la compasión que sentían por el pobre de Andrés, otros lo odiaban, algunos lo admiraban, pero entre tantas emociones, nadie, nadie se atrevió a decir una sola palabra, como siempre ha pasado y pasará en este maldito lugar. Al bajar  sentía que las escaleras eran interminables, el tiempo que demoró en bajar, para Andrés fue una eternidad, cuando por fin llegó al primer piso se detuvo y oró un poco ante una imagen de la virgen, en la cual nunca había creído, luego corrió hasta donde estaba la moto de Alberto y al subirse notó que su carro ya no estaba, vio a lo lejos una grúa que se alejaba remolcándolo, aunque le dolió, en ese momento eso ya no importaba. 
Encendió la moto y arrancó muy rápido; cuando iba a máxima velocidad por la avenida Acacia, pensando en que al llegar a un lugar seguro llamaría a su amada, vio sorpresivamente un montón de gente que rodeaba algo en la mitad de la avenida, por lo cual tuvo que frenar en seco, estando a punto de caerse. Con el rechinar de la llanta en el asfalto la gente se hizo a un lado abriendo un callejón de cuerpos y la moto paró por fin a centímetros de lo que tanto  llamaba la atención en la avenida.
Andrés quedó frente a un cuerpo totalmente calcinado y al mirarlo bien, detalló una cadenita con una medalla que le pareció familiar, se bajó de la moto para observarla mientras la gente susurraba: -le pegó un rayo… -está muerta o muerto… -dicen que era torero… -dicen que era prostituta… - estaba cargada de energía negativa... – mira ese hombre le va a robar… Él se agacho para ver mejor y se dio cuenta que era la estrella que le había regalado a María cuando accedió a ser su novia, ¿entonces era María?, ¿la había matado el rayo que Andrés escuchó?

III
Las dudas lo atormentaban, pero lo más seguro era que ese montón de cenizas humeantes fueran los despojos de María; las esperanzas no estaban muertas y para aclarar sus dudas se dirigió al apartamento de su amada, en el que se debía encontrar si aún no había muerto ya que el restaurante estaba en remodelación; cuando llegó recordó que allí también debería subir muchas gradas porque ese edificio no tenía ascensor y María vivía en el piso 10. Andrés sacó fuerzas de donde pudo para llegar hasta aquella oscura puerta, en el largo camino recordó todo lo que había vivido con ella, como dándola por muerta:
Cuando la conoció en el restaurante frente a la universidad debido a que ella era mesera principiante y le derramó encima una taza de chocolate, por esto su jefe la iba a despedir, pero Andrés la defendió echándose la culpa, recordó que ese mismo día ella en agradecimiento , lo invitó a que al salir del trabajo fuera a cenar a su casa y también para lavarle la camisa, Andrés recordó que en esos días ella vivía en un pequeño cuarto que había alquilado y que hacía las veces de sala, cocina, dormitorio y patio de ropas, y que cuando él llegó,  María estaba muy hermosa, con su cabello lacio y más negro que una bella noche sin luna, llegando hasta sus redondos y tensos glúteos, cubiertos por un corto vestido rojo que dejaba ver su bronceada espalda, tenía un escote profundo como mi océano de problemas, su rostro tan angelical pero a la vez  incitador al pecado con sus cenizos y pícaros ojos; sus labios tan rojos y carnosos que solo eran comparables con una fruta madura que Andrés nunca se imaginó saborear. También recordó que hasta esa noche, aunque él ya tenía 23 años, nunca había hecho el amor y peor aún, nunca había besado a una mujer.
Después de comer una exquisita cena, ella le pidió el favor de que se quitara la camisa para lavarla, pero él se negaba, hasta que ella con una mirada profunda, una sonrisa y un dulce “por favor”, lo convenció, aunque no era mucho lo que pedía, con esa forma de decirlo le  hubiera podido pedir la vida misma y el sin dudarlo habría accedido; en ese momento ella miró el torso desnudo de Andrés por tanto tiempo y con tanto detalle que parecía que lo acariciaba desde lejos, tanto que se le olvidó lo que iba a hacer y él tuvo que llamarla para que volviera en sí, en ese momento ella se dispuso a lavar la camisa mientras que charlaba con Andrés que aún estaba ruborizado por esa ojeada tan profunda.
Él era muy curioso, y entonces comenzó a revisar con la mirada todo el cuarto, que a pesar de ser tan pequeño estaba muy bien organizado y decorado, muy diferente a su apartamento que al ser comparado con el de María, sería todo un basurero. Andrés pasó su mirada por todo el cuarto, no sin a cada momento dar un vistazo a los redondos glúteos de María, que atraían sus ojos como poderosos magnetos; con la mirada revisó todo, hasta llegar a un rincón en el que estaban colgadas diminutas prendas íntimas de las cuales solo pudo despegar la mirada para ver a María e imaginárselas puestas, en ese momento María había terminado de lavar la camisa pero él no se dio cuenta de que ella le estaba hablando, por estar “dejando volar su imaginación”, ella se dio cuenta de eso y cuando Andrés volvió en sí la miró a los ojos y ella le sonrió pícaramente, el no pudo resistir y desvió la mirada, ella le entregó la camisa pero aún estaba húmeda y Andrés solo se puso la chaqueta; cuando él decidió irse para no seguir ante semejante tentación que nunca podría ser suya, ella lo fue a despedir a la puerta, cuando se acercaron las mejillas, sus firmes senos tocaron el pecho de Andrés, el cual sintió una descarga tan fuerte que se quedó rígido, María sintió lo mismo y los labios de los dos, que tenían la mente en blanco, se atrajeron con gran pasión, en unos segundos la puerta estaba cerrada y sus cuerpos desnudos entre las blancas sábanas se unieron como si se hubieran conocido desde siempre, fue una noche de total lujuria en la que no hubo espacio para el sueño; y es que para él ese era el mejor de los sueños, aprendió mucho sobre el amor y el cuerpo divino de la mujer. Continuó visitándola todas las noches por muchos meses, a pesar de las burlas de sus amigos que no aceptaban que se relacione con una simple mesera. En esos días él se sentía el hombre más afortunado del mundo, por haber encontrado a una mujer tan bella, sencilla, que realmente lo amaba y él podía amar sin miedo.


IV
Eso creyó por mucho tiempo. Cuando por fin logró llegar a la puerta del apartamento de María, que era totalmente distinto al lugar donde la visitó por primera vez, sacó la llave de abajo del tapete y entró, buscó a su dama por todos lados pero no la encontró, se comenzó  a desesperar y salió al balcón a tomar aire puro, la avenida acacia quedaba precisamente al frente de este y el tumulto continuaba ahí, Andrés miró fijamente hacia allá y vio una joven mujer muy similar a María, de rodillas en el suelo, llorando a gritos y tirándose del cabello, lo mismo hacían muchas personas más que estaban en la montonera; como no alcanzaba a  distinguir si era o no María la que se jalaba el cabello, Andrés se subió al murito del balcón para ver mejor; el confiaba totalmente en aquel murito y en la calidad de todo el edificio ya que había sido construido por la empresa en la que trabajaba; estando arriba, miró  bien y se dio cuenta que sí era María la que lloraba en la calle pero de un momento a otro todo se volvió blanco y se detuvo por un momento. 
Era el tan confiable murito que se desplomó porque estaba muy mal construido, y con el muro cayó Andrés, que recobró la conciencia cayendo y le pidió a su dios que lo matara de una vez para no sufrir ninguna invalidez ni hacer sufrir mucho a María, alcanzó a voltear para donde estaba ella y la miro a los ojos por última vez. No sintió dolor alguno pero llegó un momento de tensa calma, comenzó a escuchar todo lo que pasaba a su alrededor; la gente chismosa que corría, las ambulancias, los alaridos de María, y por ultimo escuchó un aleteo que se acercaba más y más,  cuando estuvo sobre él, todo quedó pausado y en silencio por un tiempo que para Andrés pudo ser un segundo como pudo ser un siglo.

V
En ese lugar que no era lugar, Andrés no estaba solo, eso era lo que sentía, se miró a sí mismo pero no vio nada, no tenía cuerpo y el ser que lo acompañaba tampoco, sin embargo sentía que su compañía era conocida, era muy familiar.
-hola mijo, ¿como esta?-, era su padre, por el que Andrés sentía tanto desprecio, ya que la mayor parte de su vida estuvo en la cárcel y murió allí por un cargo de violación a una menor de edad,     -hola papá, ¿cómo estas?-, -muerto-, dijo su padre, -parece que yo también- dijo Andrés, en ese momento Rodrigo, su padre, le reveló muchas cosas sobre su vida y lo que había tenido que enfrentar, le contó que a él lo acusaron injustamente de violación y que esto lo hizo una niña de 12 años vecina suya, que se obsesionó con él y como no le correspondió ella optó por acusarlo de violación, ella llegó al extremo de lastimarse a sí misma para culpar a Rodrigo; así logró que lo metieran a la cárcel; en los días de la visita conyugal teniendo apenas 15 años, ella con una identificación falsa y disfrazada de adulta se iba donde Rodrigo, ya que a él nadie lo visitaba porque su familia nunca le perdonó lo que para ellos era verdad: el haber violado a esa “tierna niña”; ella con su gran obsesión quería tentar a Rodrigo pero él nunca cayó y como ella había aprendido a practicar la magia negra, le hizo un maleficio que lo llevó a la muerte. 
Rodrigo le contó también que esa malvada niña era María, su María, la cual era mayor por 7 años de Andrés pero él nunca lo supo, le contó que a él también le había hecho un maleficio y por eso se desesperaba cuando estaba lejos de ella, este maleficio se lo dio en la primera dosis cuando le derramó el chocolate encima, después en la comida y cuando tuvieron sexo, y que esto ella lo había planeado por mucho tiempo. 
Andrés no le creía, pensaba que su padre solo quería salvar su propia imagen empañando la de María. Pero en ese lugar los pensamientos eran palabras y Rodrigo supo lo que su hijo pensaba, entonces le mostró la prueba irrefutable de todo, y tenía que ver con la cadenita que tenía puesto el cadáver de la avenida acacia y con los extraños rayos que cayeron cerca de su casa y sobre ese pobre incauto que en vida fue el famoso torero Diego de Águila, dueño de aquel achicharrado cadáver, y con el cual, como sucedió con Rodrigo y Andrés ella se había obsesionado, y como ese día él tenía una corrida muy importante, ella le entregó la cadenita que Andrés le había regalado, diciéndole que le daría mucha suerte, pero en realidad esta haría más fuerte el maleficio. 
La verdad es que ella no tenía la suficiente experiencia para dominar tanto poder y por eso se le fue la mano en los maleficios que hizo, de los cuales el único que se salvó fue Andrés, gracias a que tenía calcetines sucios y húmedos en su casa, ya que esto aunque parezca mentira, repele los hechizos, por eso el rayo cayó en el árbol y no sobre él. Lo paradójico fue que Andrés si murió ese día pero no gracias a un maleficio, sino a la mala calidad de las construcciones de su empresa, a la cual le hacía tanta buena publicidad y hacía ver como la mejor. Con estas pruebas Andrés supo que su padre decía la verdad.
En ese instante Andrés sintió una ira muy grande, tanto que no la podía controlar, esa rabia hizo que todo a su alrededor se pusiera negro, comenzó a sentir extrañas cosas, sintió que se iba, que volvía a tener cuerpo, sintió frío, no sabía lo que pasaba, solo sabía que se iba, sentía que su misión no estaba cumplida, a su padre solo le dijo adiós, porque sabía que algún día se volverían a encontrar. 
Gritos, aplausos, risas, pasos y un tii, tii, tii, tii… que se aceleraba, le confirmaban que había vuelto a la vida, abrió los ojos y la luz lo cegó por un momento pero después logró ver a mucha gente que lo rodeaba y sonreía, todos decían que era un milagro, que solo tenía golpes y raspones, nada grave, porque había caído sobre un montón de hierba y ramas que habían recogido después de podar toda la cuadra. 
Por su expresa petición ese mismo día le dieron de alta, y lo primero que hizo fue ir  al apartamento de María, quería verla nuevamente a los ojos, esos que tanto lo deslumbraron y engañaron con su aparente pureza, para decirle en la cara, el asco que le producía haberla amado tanto. Pero lo único que vio al entrar a ese lugar,  fue la sombra de un hermoso cuerpo colgando del techo, así que salió de ahí sintiendo como si un gran peso se le hubiera quitado de encima y se dirigió al café bolchevique a tomarse un tinto con un cigarrillo y a preparar una demanda contra su antigua empresa, por lo que le pasó a él, y más que todo por todas las familias que estaban en riesgo. 
Estando en esas, recordó que había matado a su exjefe y se sintió sorprendido porqué todo seguía como si nada, se había encontrado con muchos policías pero ninguno le había dicho nada, uno hasta lo felicitó ya que su caso se había difundido en los medios. Entonces, ¿Qué estaba pasando?, eso solo lo podía responder alguien de confianza y que hubiera  estado presente cuando Andrés mató al jefe, quién mejor que Alberto, su incondicional amigo. Entonces lo llamó a su celular, Alberto contestó y se sintió muy feliz al saber que su amigo estaba bien, ya que no sabía nada de él desde que salió huyendo de la empresa, cuando Andrés le preguntó sobre el jefe,  a Alberto, respondiendo se le entrecortó la voz, y lo único que dijo fue: -Le pido mil disculpas amigo, yo no sé nada de primeros auxilios, el jefe solo estaba desmayado…- y colgó el teléfono;  en ese momento Andrés sintió un gran alivio. 

                                             *       *       *

Por: DIEGO  E.
(2003-2007)

Sin remedio

En una calle gris o un camino de piedra y barro, 
en medio de un valle o la selva,
luchando contra la corriente fresca de un río
o esquivando el trafico caótico de una capital,
escapando de la rutina o fundido en ella,
con el sol tostandome el cerebro
o con el hielo fluyendo en la sangre;
en cada sendero, en cada sensación, 
en cada gota de sudor y bostezo
cuando cierro los ojos, cuando los abro, 
cuando río o me desespero, 
en la soledad, en el tumulto, 
en la lucidez, en la demencia,
en el sinsentido y en la inspiración...
Te cuelas, apareces de repente sin saberlo, 
todo vuelve a tener sentido y lo pierde al mismo tiempo,
no hay explicación alguna para tanto y tanto,
solo queda la certeza de tu presencia en cada tramo; 
en cada peldaño o abismo
existes,
escapas de mi interior para que te vea
para que te añore
y recuerde que te amo
sin remedio alguno...

Diego E.