FABULA ETÍLICA

Callejero, eres dueño, de tu vida, tus sueños, tu libertad; tus caminos, son eternos, aunque busques un punto donde llegar”, dice una canción de esas que lo hacen sentir mejor, identificado, una canción que logra tocarlo. Las calles son su sitio preferido; cuando se está constantemente en la calle, el permanecer allí se convierte en apuesta total a una perenne lotería, en la que se gana y también se pierde, nunca puedes estar seguro de lo que con la complicidad de la noche encontrarás en la calle. Se había tomado ya más de litro y medio de licor, y la percepción de sus sentidos comenzó a transformarse; tenía muchísimas ganas de conversar con alguien, pero todos sus compañeros de farra se habían dormido o marchado; estaba solo. Al mirar a su lado, notó que el único que todavía lo acompañaba era “el mono”, pero aun en su embriaguez recordó que nunca habían cruzado palabra; pero en ese momento eso no importaba, por lo menos ya no estaba solo, y lo acompañaba alguien atento con quien charlar; así que comenzaron una amena discusión. Como era la primera vez,-después de tener la compañía y protección del “mono” durante muchas noches-, que podía intercambiar unas palabras con él; le sugirió que le contara su historia, que le comentara cómo, siendo tan distinto, había llegado hasta allí. “El mono”, después de una suave palmada en la cabeza, dio inicio a su narración:
-Recuerdo que, de repente, me vi en medio de un tumulto que no me dejaba dormir, todos hablaban sin parar, todos corrían de un lado para otro y gritaban; se acercaban, me observaban, algunos me sonreían; yo rogaba para que alguno de ellos me diera la libertad, o por lo menos para que me sacara de ese frío encierro. Tenía hambre y ya no tenía agua, el olor a tripas azadas que llegaba desde un restaurante cercano me torturaba constantemente. A mi lado en otro encierro, estaba un ser chocante que olía horrible y producía sonidos extraños, no tenía brazos ni pelo, tampoco dientes, solo unas feas protuberancias en su cabeza, su piel estaba cubierta de formas que yo no lograba entender; desde que lo llevaron trató de atacarme a través de los barrotes. Algunas veces me ponían de vecinos a otros iguales que yo, pero no permanecían mucho tiempo ahí; aunque eran más pequeños, creo que tenían algo distinto, tal vez su aspecto, por eso no duraban mucho encerrados. Yo no sé cuánto tiempo permanecí ahí, solo me daba cuenta de que el sitio donde vivía se me estaba quedando pequeño y yo estaba cada día más incómodo; a veces me llenaba de tristeza y lloraba, pero cuando hacía eso, el que me daba de comer me pegaba para que me callara. En uno de esos días conocí a otro como yo, estaba muy sucio pero andaba libre, buscaba su comida entre la basura y los desperdicios, y cuando me vio se acercó a mi presidio y me dijo que sentía lástima por mí, que yo debería buscar la forma de escapar, ya que aunque la calle no es fácil, es mucho mejor que pasar toda la vida en una jaula. El que me alimentaba lo sacó corriendo apenas lo vio cerca de mí, pero lo que me dijo se quedó dando vueltas en mi cabeza, solo me la pasaba pensando en eso, en todo lo que ofrecía el mundo allá afuera; una mañana me sacaron para asearme y supe que esa sería mi única oportunidad de ser libre, así que apenas toqué el suelo, arranqué a correr con todas mis fuerzas que no eran muchas, no logré avanzar demasiado, pero sí lo suficiente para que me perdiera de vista el gordo que me alimentaba. Después me encontré con mi amigo el sucio; él me enseñó a conseguir alimento entre la basura o cerca de los restaurantes y ventas de comida. Algunos son muy buenos, y de vez en cuando me dan algo sabroso para comer; muchos me dan cariño, la mayoría de los que lo hacen, como tú, beben un líquido de olor fuerte, que los pone sonrientes, bullosos y más cariñosos que antes, ellos, al igual que tú y yo, deben huir constantemente de los malos de verde y cuidarse de los que comen humo; desde hace unos días declaré a todos esos malos como mis enemigos, y soy el primero en atacar apenas los veo acercarse, es mejor mantenerlos siempre a distancia, por eso me quedé a tu lado, para cuidarte y no permitir que te pase nada…
La voz del “mono” se había ido desvaneciendo lentamente, de repente se despertó en medio de una fuerte resaca, pero en su mente permanecía el eco de las palabras de amistad del “mono”; se admiró y se puso a pensar en por qué, nunca antes había hablado con ese personaje. Tal vez era porque “el mono” era un bonito y amarillo perro callejero que se había convertido en el compañero y guardián del grupo de amigos en las cortas e intempestivas noches de calle y licor. DIEGO E.